A continuación reproduzco un artículo redactado por uno de mis Hermanos Mayores en la Escuela Hung Sing Dragón Blanco, al que agradezco su colaboración, que creo que no debe quedar en el tintero. Puede que a algún lector, tras leerlo, le extrañe su inclusión en este blog. Pero, desde luego, tiene su razón de ser y su significado, el cual estoy seguro que será captado por todos los integrantes de la Escuela que conocen su historia.
Enseñar no es fácil. Es mucho más sencillo aprender que enseñar. Lo he podido ver, vivir y padecer a lo largo de mis 43 años de aprendizaje de las artes marciales. No tengo la cátedra de la verdad pero he podido aprender de muchos maestros en todos los sentidos de la vida.
Y he comprobado que hacer un buen maestro es algo muy difícil. Tan difícil que cuando consigues encontrar uno que lo sea de verdad es importante que te pongas a su sombra como si de un buen árbol en mitad de la campiña veraniega se tratase.
En estos tiempos que corren, y también en los de antes, digan lo que digan, no todos los maestros son lo que dicen ni todos los que lo dicen son maestros. Me explicaré: Actualmente y en tiempos pasados, MAESTRO era aquel que dominaba una disciplina y que tenía capacidad para el magisterio (entendiendo como tal la facultad de saber impartir dicha maestría de forma adecuada a sus alumnos), pero también incluía en el pack el equilibrio que faculta para ver la vida con objetividad y desde una perspectiva tolerante hacia los demás, en armonía con su entorno.
La primera parte de dicha definición la denomino como maestría práctica y la segunda, tan importante como la primera puesto que modula y perfila a la anterior, es la maestría de la vida. A mi modo de entender las cosas, si no existe o no se ha incorporado la segunda de forma completa y conjunta a la primera, dicho maestro tiene una carencia que indefectiblemente le llevará a cometer errores al impartir su docencia.
Desgraciadamente en esta sociedad occidental importa mucho el bagaje práctico que llevas incorporado pero se descuida totalmente el aspecto del equilibrio emocional y se considera una pérdida de tiempo. Por ello muchos de los supuestos maestros, que no voy a negar su gran valía técnica, son incapaces de impartir sus conocimientos de forma que sean correctamente aprovechados por sus discípulos, creando a su vez generaciones posteriores con graves deficiencias de enseñanza.
En una disciplina que para mí es vital, tal son las artes marciales y en concreto el kungfu, he visto un poco de todo a lo largo de mi camino como practicante, en mi faceta como estudiante o en la más arriesgada de docente (pues fácilmente se ponen al descubierto tus flaquezas y se agradecen poco tus fortalezas). Y cada vez que me he encontrado con un maestro práctico he visto que su carencia hacía sufrir a sus alumnos, bien porque su falta de humildad le hace ser intransigente, bien porque al encontrarse tan pagado de su valía, la ceguera de la cólera le hace intratable o porque al faltarle el esencial equilibrio, los complejos que arrastra le sumergen en la desconfianza y los celos.
De este tipo de maestros he aprendido a reconocer dichos síntomas, entre otras cosas y a evitar en la medida de lo posible mi permanencia junto a ellos, pues pueden influirme negativamente (no busco mantener mi persona levitando a 10 cms del suelo en estado de pureza, sino sacar lo bueno de las personas y evitar caer en sus errores, experiencia que se adquiere con la permanencia en este mundo), apreciando lo que me dan y valorando a aquellos que me hacen disfrutar de la práctica de las artes marciales (y eso que ya he conocido algunos).
Esta carencia de equilibrio convierte a los humanos, y los maestros son en esencia tan humanos como los demás, en seres con desmedidas obsesiones, por su perfeccionismo, por su respetabilidad, por su acoso a los que considera un peligro (tenga o no razones reales para ello), por su notoriedad social inmediata o por su búsqueda de puntos de poder a los que encumbrarse, entre otras vías.
George Lucas lo describía muy bien en su popular saga de “Star Wars” (permitidme esta comparación, ya que soy fan de la serie, que al tiempo resulta de manifiesta actualidad). Otros auténticos maestros de las artes marciales han incidido muy seriamente en este modelo magistral advirtiendo sobre el descuido de dicha faceta. La dejadez en el cultivo del espíritu y del equilibrio conlleva al lado oscuro, al de la fuerza, en el que prima la maestría práctica y se pierden los escrúpulos, el sentido de la vida que es crecer en conocimiento y, en definitiva, los valores que nos permiten relacionarnos socialmente en paz.
Es por ello que no debe tomarse a la ligera las consecuencias de ejercer un magisterio en cualquier disciplina sin un equilibrio emocional y mental que permita ver más allá del propio egoísmo, que contemple a cada alumno como un ser con deseos y objetivos, reconociéndose asimismo como aquel que fue en sus inicios, que practique la tolerancia y la humildad sabiéndose valioso y generoso para con los demás y, sobre todo, que facilite una relación sana y cordial con sus educandos, llevándolos hacia el fomento de una práctica, actividad deportiva y arte que engloba principios fundamentales para un saludable desarrollo personal y social al tiempo que permite difundir esta entrañable y necesaria disciplina en el mundo occidental, tan necesitado de valores y principios.
Así las cosas, las actuaciones dedicadas a descalificar o destruir reputaciones de personas por el sólo hecho de “Te voy a joder porque me da la gana” (entiéndase por actos de venganza personal) que las hay más a menudo de lo que parece en este mundillo, resultan un flaco favor al arte marcial, vengan de donde vengan, y hechas por quien quiera que lo haga, y ponen en evidencia la falta del equilibrio necesario para estar incluido en la definición de MAESTRO.
Un saludo y un abrazo a todos aquellos que me han hecho disfrutar de las artes marciales, compañeros y MAESTROS.
Y he comprobado que hacer un buen maestro es algo muy difícil. Tan difícil que cuando consigues encontrar uno que lo sea de verdad es importante que te pongas a su sombra como si de un buen árbol en mitad de la campiña veraniega se tratase.
En estos tiempos que corren, y también en los de antes, digan lo que digan, no todos los maestros son lo que dicen ni todos los que lo dicen son maestros. Me explicaré: Actualmente y en tiempos pasados, MAESTRO era aquel que dominaba una disciplina y que tenía capacidad para el magisterio (entendiendo como tal la facultad de saber impartir dicha maestría de forma adecuada a sus alumnos), pero también incluía en el pack el equilibrio que faculta para ver la vida con objetividad y desde una perspectiva tolerante hacia los demás, en armonía con su entorno.
La primera parte de dicha definición la denomino como maestría práctica y la segunda, tan importante como la primera puesto que modula y perfila a la anterior, es la maestría de la vida. A mi modo de entender las cosas, si no existe o no se ha incorporado la segunda de forma completa y conjunta a la primera, dicho maestro tiene una carencia que indefectiblemente le llevará a cometer errores al impartir su docencia.
Desgraciadamente en esta sociedad occidental importa mucho el bagaje práctico que llevas incorporado pero se descuida totalmente el aspecto del equilibrio emocional y se considera una pérdida de tiempo. Por ello muchos de los supuestos maestros, que no voy a negar su gran valía técnica, son incapaces de impartir sus conocimientos de forma que sean correctamente aprovechados por sus discípulos, creando a su vez generaciones posteriores con graves deficiencias de enseñanza.
En una disciplina que para mí es vital, tal son las artes marciales y en concreto el kungfu, he visto un poco de todo a lo largo de mi camino como practicante, en mi faceta como estudiante o en la más arriesgada de docente (pues fácilmente se ponen al descubierto tus flaquezas y se agradecen poco tus fortalezas). Y cada vez que me he encontrado con un maestro práctico he visto que su carencia hacía sufrir a sus alumnos, bien porque su falta de humildad le hace ser intransigente, bien porque al encontrarse tan pagado de su valía, la ceguera de la cólera le hace intratable o porque al faltarle el esencial equilibrio, los complejos que arrastra le sumergen en la desconfianza y los celos.
De este tipo de maestros he aprendido a reconocer dichos síntomas, entre otras cosas y a evitar en la medida de lo posible mi permanencia junto a ellos, pues pueden influirme negativamente (no busco mantener mi persona levitando a 10 cms del suelo en estado de pureza, sino sacar lo bueno de las personas y evitar caer en sus errores, experiencia que se adquiere con la permanencia en este mundo), apreciando lo que me dan y valorando a aquellos que me hacen disfrutar de la práctica de las artes marciales (y eso que ya he conocido algunos).
Esta carencia de equilibrio convierte a los humanos, y los maestros son en esencia tan humanos como los demás, en seres con desmedidas obsesiones, por su perfeccionismo, por su respetabilidad, por su acoso a los que considera un peligro (tenga o no razones reales para ello), por su notoriedad social inmediata o por su búsqueda de puntos de poder a los que encumbrarse, entre otras vías.
George Lucas lo describía muy bien en su popular saga de “Star Wars” (permitidme esta comparación, ya que soy fan de la serie, que al tiempo resulta de manifiesta actualidad). Otros auténticos maestros de las artes marciales han incidido muy seriamente en este modelo magistral advirtiendo sobre el descuido de dicha faceta. La dejadez en el cultivo del espíritu y del equilibrio conlleva al lado oscuro, al de la fuerza, en el que prima la maestría práctica y se pierden los escrúpulos, el sentido de la vida que es crecer en conocimiento y, en definitiva, los valores que nos permiten relacionarnos socialmente en paz.
Es por ello que no debe tomarse a la ligera las consecuencias de ejercer un magisterio en cualquier disciplina sin un equilibrio emocional y mental que permita ver más allá del propio egoísmo, que contemple a cada alumno como un ser con deseos y objetivos, reconociéndose asimismo como aquel que fue en sus inicios, que practique la tolerancia y la humildad sabiéndose valioso y generoso para con los demás y, sobre todo, que facilite una relación sana y cordial con sus educandos, llevándolos hacia el fomento de una práctica, actividad deportiva y arte que engloba principios fundamentales para un saludable desarrollo personal y social al tiempo que permite difundir esta entrañable y necesaria disciplina en el mundo occidental, tan necesitado de valores y principios.
Así las cosas, las actuaciones dedicadas a descalificar o destruir reputaciones de personas por el sólo hecho de “Te voy a joder porque me da la gana” (entiéndase por actos de venganza personal) que las hay más a menudo de lo que parece en este mundillo, resultan un flaco favor al arte marcial, vengan de donde vengan, y hechas por quien quiera que lo haga, y ponen en evidencia la falta del equilibrio necesario para estar incluido en la definición de MAESTRO.
Un saludo y un abrazo a todos aquellos que me han hecho disfrutar de las artes marciales, compañeros y MAESTROS.
Carlos Lopez Díaz de Durana